miércoles, 6 de febrero de 2013

La Realidad, la Imaginación Creadora, el Mundo Imaginal y el símbolo teofánico, según Pablo Beneito


He aquí una extraordinaria charla de Pablo Beneito Arias -gran conocedor del sufismo de Ibn al Arabi- sobre el Ser y sus "grados de realidades" y manifestaciones, acerca de la Imaginación Creadora y el Mundo Imaginal, sobre la función mediadora del símbolo y del arte. El vídeo -de una hora de duración- forma parte de Los Archivos del Observatorio  como colaboración de este islamólogo especializado en el sufismo para OVNI des_Realidad.  Dada su importancia, hemos transcrito buena parte de sus sabios comentarios sobre los citados temas.




"En nuestra reflexión acerca de la Realidad, cabe evocar aquella tradición, aquel hadiz, atribuido a Muhammad, el Profeta del Islam, en la que sugiere que los seres humanos están dormidos en esta dimensión ordinaria y que sólo cuando mueren, despierta. Tal vez hay que ponerlo en relación con ese otro consejo que dirigía a sus compañeros cuando les invitaba a morir antes de que la muerte sobrevenga, idea por tanto de una muerte iniciática que hace pensar en morir a la ignorancia para vivir en una vida del conocimiento y que como el hadiz anterior constituye una base para la reflexión en el carácter transitorio de esta dimensión de la experiencia y una advertencia acerca de la ignorancia que hay en el hecho de identificarse con la percepción inmediata que tenemos de nuestra vida ordinaria.

Todas las grandes tradiciones de la Humanidad invitan a reflexionar sobre este sueño de nuestra percepción cotidiana y a un despertar que está en el centro de toda gnosis, de la iluminación, del conocimiento esencial de sí mismo, del verdadero conmocimiento del Ser.

Para las tradiciones cuanto experimentamos en el ámbito ordinario es perfectamente ilusorio. Justamento aquello a lo que nos referimos a menudo en las conversaciones cotidianas como realidad concediéndole un estatuto de firmeza y de permanencia del que carece es para el discurso tradicional -y ahora estoy particularmente pensanso en el discurso islámico en su vertiente sufí- es el dominio de la ilusión.

Ilusión en el sentido de que cuanto experimentamos está inmerso en el mundo de la Imaginación... Un dominio importante no obstante en el cual la percepción interna tiene la oportunidad de experimentar ese despertar a la verdadera conciencia y, por tanto, al ámbito en el que todo cuanto se manifiesta es una expresión del Ser, portadora de Sentido Cuanto más inmersa está la conciencia en la Ilusión, más desprovisto de Sentido resulta ...

Como contrapartida, el discurso sufi acentúa mucho la importancia que tiene una vivencia providencial del Ser (Omnipotente, Omnisciente, Conciencia Pura) que ha instaurado un Orden en las cosas que les confiere pleno Sentido en todos los ámbitos y en todo momento; cada cosa está en el lugar justo en que significa aquello que debe significar.

La persona que despierta al Sentido del Ser viaja por los horizontes, por el mundo, en su propia interioridad, viaja en el Libro en el caso de los hermeneutas, en un viaje incesante en el que su experiencia se actualiza en cada instante en conformidad con la manifestación del Ser que aflora en su corazón o en su percepción interior.

Esta clarividencia, visión interior o intuición, permite ver esa otra dimensión de carácter más permanente vinculada al Mundo de las Imágenes sSbsistentes, alan al Mital, Mundo de los Prototipos donde acontece toda experiencia visionaria, toda verdadera visión desde la mirada profunda del corazón...

Hay varios grados de dominio de la realidad, a través de los cuales según los sufíes se produce una ascensión: una progresión en la experiencia de la realidad...

Cuando Ibn Arabi, el gran sufí, describe el Mundo Intermedio de la Imaginación, explica que los sentidos en este dominio no solo no se pierden sino que son más intensos, más claros de lo que son en la realidad ordinaria...

La visión es tanto más real, más próxima a la realidad, cuanto más se asciende, y es más dispersa, más diluida, más inmersa en la pluralidad cuanto más se identifica con lo que la mentalidad contemporánea se llama material o físico.

Para los pensadores tradicionales la materia no se identifica con el orden ordinario de nuestra percepción, sino que remite a un Alma Mater, al Mundo del Alma, al Mundo del Ángel, a un mundo de realidades constitutivas del Ser, a una plasticidad abierta y, por tanto, un mundo que guarda afinidad con lo que hemos llamado el Mundo de la Imaginación...

En el mundo tradicional sufí se veía con claridad que estamos inmersos en un proceso de vivencia simbólica (esto se refleja en Europa muy bien en los templos y artes tradicionales anteriores al Renacimiento). En cualquier arte tradicional que esté inmerso en esta percepción del Ser va a constituir en una representación de nuestra experiencia cotidiana en tanto que Ilusión y una invitación a contemplar la realidad del Ser oculta tras el mundo de los reflejos, de las celosías de la perpeción ordinaria. Un buen ejemplo de ello es el arte islámico, que acaso como ningún otro se centra precisamente en transmitir la evanescencia de esta percepción cotidiana para invitar a cruzar el velo, a cruzar el reflejo en las albercas, a cruzar las celosías, a ir más allá de ese arco entreverado de luces y sombras que lo que hace es en todo momento anunciar la necesidad de cruzar el umnbral de la Ilusión.

Abd al-Karîm al-Jîli en su libro sobre El Hombre Perfecto dice que este mundo es una Imaginación dentro de otra Imaginación... Así es en efecto en la cosmología que nos propone Ibn al Arabi, su maestro, cuando establece como referente fundamental esta noción de Imaginación para entender todo cuanto abarca el universo conocido en tanto que Imaginación (podríamos decir que el universo es la Imaginación de Dios, la Imaginación del Creador). Un mundo, por tanto, de puras imágenes en diversos órdenes. La experiencia inmediata que vivimos es el orden de las imágenes que permanentemente aparecen y desaparecen en el orden de lo perfectamente efímero y a continuación nos invita Ibn al Arabi a reflexionar sobre la naturaleza de ese otro mundo, ese más allá de la muerte física, o sea de ese mundo al que accede el contemplativo al liberarse de los límites de la percepción ordinaria y percibe con su ser interno -y por tanto accede- a ese dominio de la Imaginación, el mundo del Espíritu, el mundo del Alma, un mundo fuera de las coordenadas lineales espacio-temporales,  un mundo liberado de la linealidad cronológica...

Cuando accede a ese dominio nos encontramos con un mundo de imágenes más estables, más subsistentes y, además, autónomas respecto a las de la imaginación personal por ser estas proyección de la psique.

Hay otro tipo de proyección que proviene de este mundo de las imágenes subsistentes y que a menudo se describe como un descenso o de acceso a otro plano de la experiencia, en cuyo caso lo contemplado, la imaginación vivida, la visión ya no es una proyección de la propia psique sino una vivencia de otro plano, de otro orden del Ser. Y es a esta Imaginación a la que me voy a referir, en general, en esta charla. Así que invito a que diferenciemos entre lo imaginario o ilusorio tratado como una imaginación un poco vana, fantasía... y esta otra Imaginación que está dotada de particular fuerza, que nos remite al mundo de las visiones interiores que podemos encontrar en el chamanismo, en la experiencia de las tribus, en los mundos tradicionales, en el mundo de las visiones de los inspirados  del cristianismo, judaísmo, entre los sufíes... en general en los mundos de la iniciación precisamente a ese orden de la percepción, a la imagen subsistente... que es el Camino de los Espirituales en todas las tradiciones de la Humanidad...

Una cultura tradicional es una cultura inmersa inmediatamente en la vivencia de lo simbólico pues se entiende, sin necesidad de explicarse, que vivimos inmersos en símbolos, en "representaciones".

Juan Eduardo Cirlot decía que la ciencia de los símbolos es, contrariamente a lo que algunos piensan, tal vez la más exacta de todas las ciencias, y es que toda ciencia es simbólica... La pretensión de cierta mentalidad contemporánea de que haya una exactitud que escapa al orden de lo simbólico está en la base de una confusión -entiendo yo- de la forma de vivir las imágenes: se establece una diferenciación entre algo que parecería realidad objetiva popularmente hablando, llamada material con un vago concepto de la materia que no responde al misterio de la matería en sí ni siquiera científicamente... y se contrapone a una conciencia en los discursos adicionales primero del caracter imaginal de todo cuanto vivimos (de su permanente transformación, de lo efímero de los accidentes y de la permanente transformación de nuestra percepción y experiencia del Ser y de las imágenes que el Ser nos brinda a cada momento, imágenes que nunca se repetirán y que no se repiten nunca para dos personas ni en dos instantes ) Esta percepción de toda impermanencia de toda experiencia es parte de una vivencia tradicional, de un discurso tradicional y a veces no parece estar presente en los esterotipos de una modernidad que persiste en formulaciones sin fundamento... que responde a la dispersión, a una falta de inteligibilidad y de comprensión debido a una experiencia carente de Sentido, de finalidad y, por tanto, de una disolución de la conciencia, lo cual es un aspecto importante de la crisis de la que tanto se habla y que reside precisamente en una pérdida de Centro, de realización en Sí Mismo, de estar centrado...

Me parece interesante recuperar el concepto de imagen en cuanto símbolo entendido tradicionalmente, como mediación entre planos del ser, entre planos del Sentido, como realidad polivalente que no puede reducirse a ninguno de sus aspectos (no es una alegoría, por ejemplo). El símbolo vivido, contemplado, vivo, poliédrico, caleidoscópico, de múltiples facetas, es por naturaleza irreductible a una interpretación. Es decir, que va a adoptar múltiples aspectos adaptados a los lugares en que el símbolo se manifieste en diálogo con todos aquellos símbolos que entren en interacción con él... En el mundo tradicional la polivalencia es un aspecto necesario en la vivencia y en la comprensión.

"Entre el sí y el no los espíritus abren el vuelo", decía Ibn al Arabi.. El símbolo sirve de unión de los contrarios.Un símbolo permite unificar aspectos que parecían opuestos: toda polaridad genera una serie de posibilidades dentro del espectro de su oposición, pero el conocimiento esencial que restituye la unidad de los aspectos del Ser es aquello que permite conciliar los opuestos, y esto sucede en la experiencia simbólica. Digamos que el símbolo, en su polivalencia, puede significar "esto y lo otro", por ser el ámbito intermediario, el "barzaj", el itsmo entre dos realidades que a un mismo tiempo las separa y las vincula. Y es imagen viva porque siempre acogerá a nuevas contemplaciones, de nuevas perspectivas irrepetibles.

En definitiva: si estamos inmersos en un mundo de representaciones simbólicas y, por tanto, todo cuanto vivimos es Imaginación -que lo "lo imaginario" con minúcula-, Imaginación en cualquiera de los grados del Ser y por tanto de la Realidad de la que estamos hablando, entonces el modo de conocer es eminentemente simbólico y por ello la ciencia por excelencia entre las ciencias es la ciencia de los símbolos pues es la que va a permitir cada orden simbólico en el lugar que le corresponde desde la perspectiva adecuada a la posibilidad que se de en cada estado y según cada intención, predisposición o receptividad...



Ibn al Arabi y los sufis akbaritas  definen el Mundo Imaginal, el Mundo de la Imaginación Creativa, como el dominio en el cual los espíritus se corporeizan (adoptan una dimensión, una manifestación formal) o los cuerpos se espiritualizan: un dominio en el que lo inteligible se torna sensible y lo sensible se hace inteligible. Es un concepto muy importante para entender el caracter de mediación de todos los grados del ser y de todas las manifestaciones en cualquier orden de la percepción, ya sea nuestra percepción ordinaria cual lugar simbólico como de la percepción propia de facultades más sutiles como lo que los sufíes llaman la "develación". Es esta una idea muy clave porque estas percepciones de las realidades más altas, del Ser, de los Misterios, de los Principios, no sucede por una suerte de adquisición sino más bien por una liberación: la conciencia se libera de los límites de su identificación con la dimensión ordinaria y es entonces cuando el velo se retira, se elimina la ceguera y se levanta el velo...


La función cognitiva del hombre es llegar a conocer la Unidad del Ser, llegar a conocer a Dios. Dios es, según sus Nombres, la Verdad, la Realidad, la Vida y otros tantos Atributos con los que la tradición islámica se refiere (los 99 Nombres de Dios de la tradición islámica, si bien Ibn al Arabi dice que los Nombres de Dios son infinitos). En definitiva, toda manifestación en el Ser, -en tanto que acto creativo de Dios, en tanto que manifestación de un aspecto creativo de Dios- es un Atributo Divino, es un Nombre de Dios.

Desde una posisición de develación, desdee una percepción muy elevada del Ser, todas las manifestaciones se contemplan en tanto que teofanías. Cuanto contemplamos, por tanto, sería manifestación de Dios. Aquí es donde la percepción está realmente inmersa en el mundo de los símbolos. Llegados a este punto los contemplativos viajan incesantemente en las actualizaciones de la teofanía y por tanto tienen constante y plena conciencia de estar inmersos en los símbolos creativos de la Obra Divina y, por tanto, en el mundo de los Nombres de Dios como expresiones de su Voluntad y de su Conciencia, y dotadas de pleno sentido en todo momento...

Toda esta gama de productos de tecnología, de posibilidades de acceder a una cada vez mayor cantidad de información presenta la apariencia de una una mayor capacidad de conocer pero puede suponer, muy por el contrario, lo opuesto, o ea una inmersión en la ignorancia, una dispersión, que coincide con lo que he llamado antes "el individuo descentrado". Hay una oferta infinita de posibilidades pero al mismo tiempo hay una pérdida de orientación, del sentido y de la concentración (que son las que posibilitan una experiencia real del Ser, de la Verdad, de la Realidad).


Para que la experiencia cobre realidad e implique un proceso de Viaje Interior se requiere una cierta vivencia cualitativa del tiempo, de un grado de interiorización, requiere un grado de serenidad, un movimiento hacia la quietud. Mientras que la propuesta de esta infinita implementación de la información a lo que conduce es a una sensación de disgregación sin concentración.. a un entretenimiento como huída del Ser.


En la modernidad se da una particular angustia en la relación que establece el individuo disgregado con su percepción del Ser y que entonces este individuo tiene mucha necesidad de huir, de permanentemente entretenerse -identificándose con este movimiento de dispersión-, de huir al reflejo de su propia carencia de Centro. Eso es un problema muy serio del orden cognitivo de nuestro tiempo y que veo reflejado en las escuelas, en la Universidad pues parece que estemos diseñando en los procesos de docencia a tecnócratas y gente que va a tener capacidades técnicas para manejar instrumentos que significan un incremento constante de cantidades de información accesibles, pero desprovistos de un discurso, de una vivencia, de un Centro, que permitan convertir toda esa información en conocimiento orientado y que conduzcan a una experiencia feliz de lo que somos...

Todo el conocimiento científico actual no llega a generar una vivencia simbólica que permita al individuo conocerse y conocer el mundo que habita en una orientación particular de su Viaje, no brinda un mapa para el viajero ni un horizonte de experiencia orientada, así que no constituye en sí un verdadero Conocimiento...


Pensemos en estas artes tradicionales en las cuales lo esencial no era una vivencia personal, individual del arte, sino el proceso de contemplación genuina del Orden de lo simbólico que el arte entrañaba. En las plasmaciones concretas del arte fuera en el templo, en el icono, en la geometría espiritual, etc,lo esencial era captar aspectos del Mundo Imaginal -que no son una imitación del orden sensible sino del orden inteligible, una plasmación sensible del ambito del espíritu- y que por tanto constituyen una invitación al ser humano para que trascienda las limitaciones de su conciencia ordinaria para adentrarse justamente en el ámbito paradisíaco de la contemplación de las Imágenes Subsistentes, del Mundo de las Imágenes: ese Paraíso entendido por tantos sufíes como el despliegue del Mundo de la propia Alma en el Más Allá... Es un arte simbólico que invita a liberarse de los límites impuestos por una conciencia ordinaria de sí mismo, por una identificación con la percepción vulgar, para abrirse a una conciencia que implica la posibilidad de conocer con todas las posibilidades de la Conciencia Universal. El arte así concebido es un arte de sanación, de libertad, de invitación al conocimiento del secreto; un arte que revela el velo y que al hacerte consciente del velo te devela lo velado, un arte que trasciende el velo. Un arte que también significa ese capacidad  para rasgar los velos de sombra y poder ver otros horizontes de luz y nuevos grados de percepción del ser.

Aquí hablamos de una conciencia gradual en la que el contemplativo va ascendiendo o progreseando por grados progresivos. Su percepción de lo real cambia a cada nueva etapa. Cada percepción es real en correspondencia al estado que ese contemplativo habita y en con la orientación que su corazón adopte, con su receptividad en ese momento, etc.. Es decir: su percepción es una percepción real de una teofanía, por tanto de la Divina Realidad manifestándose en correspondencia con esa receptividad, pero, en su viaje, en su progresiva ascensión, la Realidad va a ir manifestándose de modos nuevos actualizados a su capacidad para percibir.

Ello no significa que en ninguno de esos grados la experiencia sea irreal: siempre es real pero es tanto más real cuanto mayor apertura gana el corazón del contemplativo porque cuando se hace más ductil a la diversidad de las teofanías y puede verlas con mayor amplitud y mayor luz o intensidad, mayor es la intensificación de lo Real. Y en última instancia lo Real es Dios; la Verdad es el Ser que crea todos los seres, que genera toda realidad. Esta Fuente de toda realidad, que es la Realidad última, y que no puede conocerse como algo concreto, como objeto de conocimiento porque trasciende cualquier manifestación y cualquier posibilidad de conocer que no sea la propia Conciencia Divina en su AutoConocimiento, escapa a cualquier representación, a cualquier imagen. Y el verdadero arte sugiere también el modo en que Dios se hace manifiesto en tanto que es semejante a su creación, en tanto que está próximo al corazón del hombre e incluso contenido en él como sugiere algún hadiz, o sea que en tanto que Dios es inmanente el arte propone imágenes positivas de los prototipos, de las verdades más altas como motivos de meditación, como símbolos de meditación espiritual al tiempo que sugiera la absoluta trascendencia de la esencia divina (la Verdad Última como algo incognoscible desde el plano de las limitaciones y de los accidentes). Se da por consiguiente este doble discurso de la inmanencia y de la trascendencia que vemos reflejado también en esta ambivalencia del mundo de los velos y de los reflejos, de las celosías, de los almocárabes, del arte islámico en particular... 



El orden de la vivencia simbólica requiere tiempo, disposición, tiempo cualitativo y un retiro con respecto a esta obsesión moderna por la clasificación cuantificada y por la proliferación indiscriminada de imágenes que tienden a dispersar.Todo proceso de vivencia intensa del símbolo exige un cierto grado de recogimiento respecto a esa excesiva profusión de imágenes que vivimos en nuestro tiempo (como por ejemplo en la televisión)...

La conciencia necesita recogimiento, silencio, tiempo, cualidades para vivir los símbolos de una manera serena, dejar receptividad para que las luces interiores desde los ámbitos inconscientes see manifiesten, afloren, para que las experiencias internas se procesen y se resuelvan en símbolos que permitan una vivencia feliz-liberadora y de apertura al Ser en todas sus manifestaciones, en el viaje vital...


...  Ahora bien, toda manifestación y por tanto toda creación  y por ello toda obra por muy dispersa que resulte, en tanto que es símbolo y manifestación teofánica siempre es lugar de una posible lectura o vivencia del Ser.



1 comentario:

  1. Gracias Ángel por traer este documento tan clarificador de la mano de Pablo Beneyto, cada día tengo más claro que encarnas el mito del mensajero.

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