Décimo séptima
estación. Mundus Imaginalis
El Burgo de Osma. Conmemoración de los Fieles
Difuntos. 2 de noviembre de 2008.
Son las 5:30 de la madrugada. Hoy concluyo, aquí, en la casa
de mi padre, esta Divina Comedia, este caminar por mi monte Carmelo, esta
emergencia espiritual –que diría Stanislav Groff- surgida tras la herida
provocada por el lanzazo del ictus con el que
Dios-Ishwara atravesó el complejo
neuronal de la zona izquierda del cerebro de Quintín porque así estaba
determinado por Él desde el Eterno Presente de la Eternidad de los Eones
para su purificación espiritual y la de quiénes le amamos como padre.
Pensaba que este diario iba a concluir en Tajueco, donde
comencé a escribirlo, pero anoche
comprendí que debía ser aquí, donde Quintín-Amfortas fue herido por esa lanza y
mi vida quedó convertida en una Tierra Devastada sin que, como Parsifal,
supiese durante meses encontrar el Grial, beber de su Agua de Vida y hacer
florecer, de nuevo, lo que mi ego psicosomático había convertido en Tierra de
Desolación.
Ayer tomé el coche en Tajueco para venir a mi segundo pueblo
–donde he vivido entre los 10 y los 19 años- en el atardecer. “¡Qué bella
puesta de sol hay!”, me dije.., y mientras viajaba para acá y veía a lo lejos
el castillo de Gormaz pensé en que, de todo el entorno territorial que me
rodeaba debe ser el lugar más telúrico para vivenciar en su plenitud la belleza
de los amaneceres y de las puestas de sol. He de comprobarlo en el próximo
equinoccio. ¡Cuántos musulmanes habrán orado a Allah desde allí, al amanecer y
al anochecer! ¡Y cuántos de ellos habrán sido sufíes..!