domingo, 28 de noviembre de 2010

Perdidos en el Mundo Imaginal -1-

Prólogo del libro 
(Ángel Almazán de Gracia- Mandala Ediciones)


Crisis de valores de todo tipo se están dando en el mundo. Como ya advirtiera René Guénon hace más de medio siglo, la aceleración progresiva de una mentalidad desarraigada de tradiciones seculares fundamentadas en torno a lo sagrado, en pro de cosmovisiones profanas de quita y pon, es una de las peculiaridades de nuestros tiempos modernos en los países desarrollados. 
Los templos, en efecto, se están quedando vacíos. Muchos jóvenes no tienen sino pequeñas nociones sobre las historias y textos sagrados en los que fueron educados sus padres, y lo poco que saben lo han aprendido ante la pantalla del televisor o del ordenador viendo películas o series televisivas. Y es que, para un buen número de ellos, “no mola” creer en divinidad alguna y que el alma, por tendencia natural, tiende hacia lo religioso. No es “guay”.
Quizás por ello, el final tan sorprendente de Perdidos (Lost), en el interior de una iglesia y con un manifiesto sentido escatológico en torno a la inmortalidad del alma, les ha llenado de perplejidad, desconcierto, desencanto y frustración. Nada hacía prever un final así, tan religioso, tan sagrado. Además, las concepciones sobre el Más Allá que podían levemente conocer –fundamentalmente cristianas- no pueden contextualizar y menos explicar este final que, se supone, es la clave para poder interpretar la totalidad de Perdidos. Se encuentran todavía estupefactos muchos de ellos. También la mayoría de los padres occidentales de estos jóvenes que han visto algunos capítulos de la serie televisiva se hallan confusos. 
Perdidos, para aquellos lectores que lo ignoren, ha sido la serie televisiva más innovadora de los últimos años hasta el punto de congregar a los más fieles –cientos de miles- ante el televisor a una misma hora en todas las partes del mundo para ver su último capítulo con pocos minutos de diferencia; algo que no había acaecido nunca. 

La gran acogida mundial de Perdidos se ha debido, en buena parte, a una especie de trasfusión mediática desde la televisión a internet, donde los jóvenes norteamericanos la han seguido casi con devoción, y donde sus jóvenes seguidores del resto del mundo han visto pirateados los capítulos a las pocas horas. Perdidos ha generado multitud de comunidades virtuales internáuticas en las que sus fans han dejado de ser espectadores pasivos para convertirse en unos sujetos activos que han transformado de manera inusitada hasta ahora la multiplicidad de relaciones entre el espectáculo/espectador, creador/obra/público, obra artística cerrada y conclusa/obra abierta permanentemente.
Como les sucediera a los alquimistas desde Zósimo de Panapolis (s.III) a Fulcanelli (s. XX), los seguidores de Perdidos han intentado descubrir una Piedra Filosofal que pudiera esclarecer y dotar de sentido a su búsqueda y como su materia prima era tan evasiva las interpretaciones racionales, tanto para los unos como para los otros, han resultado claramente insuficientes. En ambos casos –alquimistas y espectadores fervientes- han sido sujetos pasivos e inconscientes de la puesta en marcha de una serie de mecanismos psicológicos de los que vamos a dar cuenta en el segundo capítulo de este libro. Al no poder el consciente resolver las incógnitas, se puso en marcha el inconsciente personal y colectivo.
Tengamos presente que más allá de lo que el autor o autores de una obra hayan podido y querido manifestar, al difundirla o exponerla públicamente, ésta pasa a formar parte de otras personas. Esto acontece acorde con la empatía o antipatía, consciente e inconsciente, que dicha obra es capaz de activar en los diversos componentes de su psicosomatismo. Por tanto las reacciones psicosomáticas varían en cada sujeto y, consiguientemente, las interpretaciones que surjan.
A este respecto cabe recordar lo que señalara don Miguel de Unamuno, en 1905, en su artículo Sobre la lectura e interpretación del Quijote, al indicar de manera concluyente que desde el mismo momento en que fue impreso en el siglo XVII el Quijote ya no es de Cervantes, “sino de todos los que lo lean". En 1913, en el prólogo a la segunda edición de su Vida de Don Quijote y Sancho reconocía Miguel de Unamuno que dejaba a "eruditos, críticos e historiadores la meritoria y utilísima tarea de investigar lo que el 'Quijote' pudo significar en su tiempo y en el ámbito en que se produjo y lo que Cervantes quiso en él expresar y expresó". Unamuno justificaba su reflexión escrita sobre el Quijote porque, por muchos comentarios eruditos que hubiera, libre quedaba todavía la opción de tomar esta obra inmortal “como algo eterno, fuera de época y aun de país, y exponer lo que su lectura nos sugiere”, puesto que cada lector que sienta dentro de sí esta obra cumbre cervantina, "debe cada cual darle una interpretación". Unamuno, por tanto, mantuvo en este prólogo la misma opinión que había manifestado un año antes en Del sentimiento trágico de la vida, en estos términos: "Escribí aquel libro para repensar el 'Quijote' contra cervantistas y eruditos, para hacer obra de vida de lo que era y sigue siendo para los más letra muerta. ¿Qué me importa lo que Cervantes quiso o no quiso poner allí y lo que realmente puso? Lo vivo es lo que yo allí descubro, pusiéralo o no Cervantes, lo que yo allí pongo y sobrepongo y sotopongo, y lo que ponemos allí todos". Atrevámonos, pues, a re-imaginar las situaciones más arquetípicas de Perdidos.
Si toda obra artística pasa a ser una especie de imán sutil que atrae las más diversas proyecciones psíquicas y provoca emociones múltiples en quienes se acercan a ella, toda obra cinematográfica –y no otra cosa son las series televisivas cual películas de larguísima duración- es igualmente un “cebo” que atrapa proyecciones e identificaciones por doquier. Ello provoca los consiguientes sentimientos y posteriores meditaciones sobre algunos de los elementos del film o del capítulo televisivo en cuestión o de la serie en su totalidad una vez que ésta ha finalizado.  Y en función de la psicología propia de cada espectador motivado, de sus saberes y sensibilidad, la interpretación será distinta en cada uno de ellos. No obstante habrá cierta afinidad entre un número indefinido de espectadores en alguno o diversos temas explícitos o implícitos en tal película, capítulo o serie en su totalidad.
Tales similitudes interpretativas son inevitables, entre otros motivos, por compartir una misma Consciencia Colectiva configurada por una consensuada Welsteschaung o cosmovisión imperante.
Las discrepancias interpretativas, por su parte, tienen igualmente diversas causas si bien hay una muy importante que generalmente pasa desapercibida pese a ser muy decisiva. Se trata de la manera imperceptible en que diversos arquetipos del Inconsciente Colectivo –por seguir expresándonos en el argot psicológico junguiano-, movilizan en la psique del sujeto diversos complejos emocionales y cognoscitivos, como intentamos explicar en el capítulo segundo.
Stephen King, novelista creador de muchos best-sellers que han sido luego escenificados en películas de gran éxito, ha manifestado que “no ha habido nada como ‘Perdidos’ para seducir nuestra imaginación”. A esto, precisamente, me he referido al entrecruzar las proyecciones psicológicas de los alquimistas con las de los seguidores de Perdidos. La imaginación, en todos sus ámbitos –conscientes e inconscientes- ha sido activada casi compulsivamente por esta serie televisiva, producto a su vez de la sinergia de las imaginaciones de sus guionistas y directores principalmente.
¿Pero qué es la imaginación? ¿Es únicamente una elaboración fantasiosa de la mente o es mucho más? ¿Se ajusta a lo ya conocido y percibido personalmente o surge igualmente de un manantial oculto en el fondo de la psique que emite una luz sutil creativa a la que puede acceder todo ser humano? En los institutos y universidades no hay asignatura alguna sobre la imaginación, no se la tiene en estima suficiente. Sin embargo, filósofos y pensadores de gran enjundia la han alabado e incluso algunos de ellos la han situado en un nivel ontológico asombroso para nuestras mentes racionalistas modernas. En este libro me he limitado tan solo a mostrar cómo han concebido a la imaginación algunos filósofos, teósofos y escritores. ¿Acaso Perdidos no insinúa una polisemia filosófica subyacente a la trama narrativa de la serie al incorporar personajes que llevan nombres y apellidos de varios filósofos? Como espectador y lector empedernido, y echando mano al clamor unamuniano de que nos atrevamos a re-imaginar filosóficamente a los personajes de ficción, no he podido por menos que apoyarme en los pensadores, gnósticos y escritores que he seleccionado para hacer lo propio con Perdidos.
A su vez, y dado el final escatológico de Perdidos, que se correlaciona con la inmortalidad del alma, era menester igualmente resumir algunas de las creencias que se han tenido al respecto, y he recurrido a ese selecto grupo que va desde Aristóteles a Juan Goytisolo, pasando por Ibn ‘Arabî hasta Unamuno, para resumir sus consideraciones en torno a la existencia, el alma y la ultratumba.
Dicho todo lo anterior, y como autor de este libro, he de señalar que me sentí motivado a escribirlo tras ver el final de esta afamada serie televisiva norteamericana Lost Perdidos- y percibir inmediatamente que habría un gran desconcierto entre sus seguidores porque tal final no “casaba” con la Cosmovisión Occidentalizada imperante. Tras su sorprendente e inesperado final tuve inmediatamente la intuición de que Perdidos, como un producto artístico-creativo-imaginativo, resultaba comprensible teniendo en cuenta diversos escritos del esoterismo islámico sobre el estado post-mortem en el barzaj o estado intermedio; intuición que se consolidó plenamente al leer la impecable hermenéusis sufi realizada por la arabista portorriqueña Luce López-Baralt sobre la novela La cuarentena de Juan Goytisolo. En efecto, si ésta es un ejemplo preclaro del “narrar después de morir”, el final de Lost convierte a la serie en un exponente cinematográfico-televisivo de los filmes-bardo, calificados así por Michel Chion en Cahiers de Cinéma (1983) teniendo como referente el Libro Tibetano de los Muertos o Bardo-Thödol.
Debo agradecer a los editores de Mandala por haberme animado a escribir este libro en el que he creído oportuno adentrarme en algunos de los misterios del Inconsciente Colectivo, esto es, el Alma del Mundo descrita por Plotino, a la que se accede por medio de la imaginación creadora o demiúrgica con una estación de paso sutil muy poco conocida en Occidente y que adopta el apelativo de Mundo de las Semejanzas, alam-al-Mithal en el esoterismo islámico, redenominado Mundo Imaginal por Henry Corbin.

3 comentarios:

  1. A quien le interese: artículo de Luce López Baralt sobre La Cuarentena, de Juan Goytisolo, en versión digital:
    http://codex.colmex.mx:8991/exlibris/aleph/a18_1/apache_media/S8YXUHKFU98DL9NILEMVJ36AAM5X3D.pdf
    Manuel Rino

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  2. Es un gran ensayo que centra uno de los subcapítulos de mi libro "Perdidos en el Mundo Imaginal". Gracias Manuel...

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    1. Sr. Almazán: vivo en Argentina y quisiera un ejemplar de su libro. llevaba tiempo relacionando los libros de Guénon y e Ibn Arabi a la serie Lost, pero sin lograr mayor repercusión entre mis hermanos. Ahora, con el trabajo que ud. realizó, seguramente logre convencerlos de ver la serie. Solo me falta conseguir su libro ahora, el cual me encantaría leer y no se editó aún en Argentina.

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