Pero antes, dos cosas:
- Isaías en capítulo 14, 12 se refiere a Satanás como "El resplandesciente Hijo del Alba" y más adelante en Apocalipsis 22 , " Yo soy la raíz y la prole de David, y la brillante Estrella de la Mañana" se usa para Cristo".
- Leo en internet: "La única alusión que Jesús hizo de su sacrificio, no fue para compararse con un cordero, toro ó macho cabrio, los cuales eran los animales usuales para el sacrificio de la religión judía. Se comparo con la serpiente que levanto Moisés en el desierto"
Aion Phanes |
Puesto que todo conocer significa algo como un reconocer, no resulta inesperado que lo que he expuesto como un proceso de desarrollo gradual haya estado presente como anticipación y prefiguración ya alrededor del comienzo de nuestra era. Encontramos tales imágenes ideas ya en el gnosticismo, al cual debemos dedicar ahora nuestra atención; consiste en gran parte en un fenómeno de asimilación, y es por consiguiente del máximo interés para establecer y explicar esos contenidos que se constelaron en torno del anuncio del Salvador o de la aparición histórica del mismo o de la sincronicidad del arquetipo.
En el Elenchos de san Hipólito, la atracción entre el magneto y el hierro está mencionada, si no me engaño, tres veces. Primero, en la doctrina de los naasenos. Estos enseñaban que los cuatro ríos del Paraíso corresponden al ojo, el oído, el olfato y la boca. La boca, de donde brota la plegaria y por la cual penetra el alimento, corresponde al cuarto río, el Eufrates. La conocida significación del "cuarto" hace en cierto modo explicable la relación con el hombre "total", pues el cuarto completa siempre una tríada formando la totalidad. "Esta agua (la del Eufrates) -dice el texto- es aquella de sobre el Firmamento, de la cual, según dicen, declaró el Salvador: 'Si supieran quién es el que pregunta, tú le hubieses pedido y él te hubiese dado de beber agua viva surgente’. En esta agua entra cada criatura [literalmente: naturaleza] para elegir los elementos de sí misma, y de esta agua viene a juntarse a cada criatura lo que le es propio, más que (como) el hierro a la piedra heraclea", etc.
La prodigiosa agua del Eufrates tiene, como lo muestra la referencia a Juan 4, 10, el sentido del aqua doctrinae, que perfecciona a cada criatura en su individualidad, haciendo, por lo tanto, completo al hombre; y ello prestándole en cierto modo una fuerza magnética que atrae e integra a él lo que le pertenece y es peculiar. Esta doctrina naasena está, visiblemente, en perfecto paralelismo con la antes mencionada concepción alquímica: la doctrina es el magneto que posibilita la integración tanto del lapis como del hombre.
En la doctrina de los peratas reaparecen puntos de vista semejantes, a tal punto que Hipólito repite las mismas comparaciones, aunque el caso es sutilmente distinto del anterior. Nadie, se dice, puede ser salvo sino por el Hijo, "Pero éste es la Serpiente. Pues, como él ha traído de lo alto los signos del Padre, así conduce esos signos nuevamente de aquí a lo alto, después de haber sido despertados del sueño, transfiriendo de aquí allí los signos paternos, que han procedido como sustanciales de lo sin-sustancia. Esto, dicen, es lo que se ha dicho: 'Yo soy la puerta'. Pero, dicen ellos, él transfiere [los signos] a aquellos que cierran el párpado del ojo, como la nafta atrae de todas partes el fuego, más que al hierro la piedra heraclea… Así, dicen, es traída del mundo por la Serpiente la estirpe perfecta, hecha a imagen [del Padre], consustancial, pero ninguna otra, como quiera haya sido enviada aquí abajo [desde la esfera divina]", etc.
En este pasaje la cosa se da al revés que antes: la atracción magnética no procede de la doctrina, el agua, sino del "Hijo", simbolizado por Serpiente (según Juan 3, 14: "De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado en alto")." Cristo es el magneto que atrae así esas partes o sustancias de origen divino en el hombre, los patrikoi kharaktères (caracteres paternos), los reúne, y los arrebata consigo al lugar celeste originario.
La serpiente es un equivalente del pez. El consenso del pueblo interpretó
la figura anunciada del Redentor como, pero también como serpiente; como pez,
porque había surgido de profundidades desconocidas; como serpiente, porque
salió secretamente la oscuridad. Tanto el pez como la serpiente son, en efecto,
símbolos preferidos para designar mociones psíquicas o vivencias que brotan del
inconsciente con efecto de sorpresa, terror o salvación. Por eso se expresan
tan a menudo por el motivo del animal auxiliador. La comparación de Cristo con la serpiente es más
auténtica que la comparación con el pez, y, pese a ello, menos popular en los
medios paleocristianos. Pero se recomendaba a los gnósticos como el antiguo y
corriente símbolo del genio benéfico local, el agathodaímón, así como del noûs,
que tan caro les era. Ambos símbolos son de inapreciable valor para la
interpretación natural, instintiva, de la figura de Cristo.
La Serpiente simboliza de hecho contenidos y tendencias "de sangre fría", inhumanos, de naturaleza tanto espiritual-abstracta como animal-concreta; en una palabra: lo extrahumano en el hombre.
Monedas de la serpiente de bronce y Cristo en la cruz |
La tercera mención del
magneto se encuentra en la relación de Hipólito sobre la doctrina de los
setianos. Esta presenta notables analogías con la de la alquimia medieval,
aunque no puede señalarse ninguna transmisión directa (...)
(...) El agente es un ente animado, autónomo, la serpiente. Aparece de modo espontáneo o se la encuentra sorpresivamente; fascina: su mirada es fija, sin interrelación; su sangre es fría; no conoce al hombre: se desliza sobre el que duerme, y uno al despertar se la encuentra en el zapato quitado, o en el bolsillo... Por eso expresa el miedo a lo inhumano, y a la vez el "temor reverencial" ante lo excelso, lo que está por encima de la esfera humana. Es lo más bajo, el diablo; y lo más alto, el Hijo de Dios, el Lógos, el Noûs, el agathodaímón. La serpiente es una presencia aterradora; uno la encuentra en el lugar inesperado, en el momento inesperado. Como el pez, representa y personifica lo oscuro y abismal, la profundidad acuática, el bosque, la noche y la caverna. Cuando la conciencia primitiva enuncia: "serpiente", significa una vivencia de lo extrahumano. No es algo como una alegoría o una metáfora, sino que su peculiar figura es en sí el símbolo; y no es, esencialmente, que la serpiente signifique al "Hijo" sino que el "Hijo" tiene figura de serpiente.
(...)
Los tres símbolos [del magneto como agua, serpiente y Lógos, citados en el Elenchos de san Hipólito, ) representan fenómenos de asimilación o adopción, que
son en sí de índole numinosa y por lo tanto poseen relativa autonomía. Por
cierto, si nunca se hubiesen dado, eso habría significado que el anuncio de la
figura de Cristo no habría tenido efecto alguno. Esos fenómenos no sólo
demuestran la efectividad del anuncio, sino también constituyen la condición
indispensable para que pudiera alcanzar efecto; en otras palabras: se trata de
los prototipos de la figura anunciada, que estaban latentes en el inconsciente
del hombre y por la aparición de Cristo fueron despertados y atraídos como por
un magneto. Por eso Meister Eckhart se vale de igual simbolismo para
representar la relación de Adán, el hombre primordial, por una parte con Dios y
por otra con las criaturas.
Este proceso revoluciona la psique orientada al yo, al poner junto o,
mejor, frente a ése, otro centro y meta, caracterizado por múltiples nombres y
símbolos: pez, serpiente, centro del gavilán marino, punto, mónada, cruz,
paraíso, etcétera. El mito del demiurgo ignorante que se ilusionaba ser el Dios
supremo figura, la perplejidad del yo cuando ya no puede negarse al
reconocimiento de que una instancia supraordinada lo expulsa del trono supremo.
Los "mil nombres" del lapis philosophorum corresponden, por
así decirlo, a las múltiples denominaciones del hombre (ánthrópos) entre
los gnósticos; y así se ve inmediatamente claro lo que se entiende por ello: se
trata del Hombre como unidad mayor y más abarcadora; de la indescriptible
totalidad, que consiste en la suma de los procesos conscientes e inconscientes.
A esa totalidad, que, al contrario de la psique subjetiva, centrada en el yo,
es objetiva, he dado el nombre de sí-mismo, que por lo tanto está en auténtica
correspondencia con la idea gnóstica del ánthrópos.
Aion mitraico en Museo del Vaticano |
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